sábado, 15 de agosto de 2015

"Mi Niña"


    Buscando a mi niña entre manuscritos ¡la encontré!:
   -"¿De qué pueblo me hablaban? Yo seguía suspirando por el mío que sólo parecía serlo cuando llegaba el tren porque era entonces cuando se veía gente corriendo a la estación por el diario- o su revista- y llegaba alguna fruta que a Don Panique le volaba de las manos. Después, las hadas eran las únicas que vagabundeaban a sus anchas por la cabecita de tantos chicos que jamás llegarían a ser grandes y que, a falta de compradores de rosquitas, de mantecados o de churros, eran clientes incondicionales entre ellos mismos y regresaban a sus casas con cándidos negocios lo cual era una pena -lo sé- pero Dios existía. Dios era el amanecer que se repartía por los rincones para espiar (sin que le importara demasiado) dónde se guardaba la llave de cada negocio de nubes y, cuando cumplí  nueve años de permanencia en esta dimensión, papá se retiraba parsimoniosamente por esa calleja polvorienta que ya entonces se llamaba "De Los Recuerdos". Mamá era perfecta por mucho que se esforzara por demostrar que en su persona residían todos los matices de la humana condición tal cual les ocurría también a los novios que comenzaban por amarse en algún rincón de la inocencia. Ah sí; la inocencia. Desde ese otro país, también fantasma, a mi pueblo yo lo veía grande porque yo era pequeña y me parecía bello bajo los efectos de mi bellísima infancia que festejaba con fogones a San Juan sin noticias de que esa constumbre provenía de los Celtas tan enamorados de sus árboles que, al verlos añosos, los devolvían a la luz en hogueras gigantes para que  también ellos tuvieran su fin luminoso. Eso sí; nosotros creíamos que había que hacer los fogones cuando "se iba junio" siempre y cuando no hubiera una cita anticipada con los duendes que harían remolinos en agosto. Enanos de sombreros negros de alas anchas, monigotes chuecos, yo no merecí verlos pero fui capaz de presentirlos como a cada sendero peligroso que no pude recorrer con mis vecinos invisibles por elegir el caballo más audaz de una linda calesita... apurada por irme de la infancia."
   Sí; siempre corrí como loca detrás de mi destino y aún hoy me anticipo demasiado pero amo a mi niña y es a través de Ella como mejor me comunico con los adultos porque yo en seguida les descubro el niño y, una vez desenmascarados, podemos hablar  en el mismo  idioma. 
   Debo ser justa y decir que muchas personas tienen "un gran niño". Son divertidos, imaginativos, andariegos, audaces, inquietos y algo insolentes con la formalidad -o las normas- porque para estos seres la vida es juego. Mi padre, un niño disfrazado de Contador, era el único que los domingos no hacía sobremesa por mandarse a jugar con los bajitos y divertirse como uno de ellos y en su escritorio estaba enmarcado un lindo pensamiento extraído de "Corazón" de Edmundo de Amicis: 

                               "No basta que un niño no llore
                                     Hace falta que sonría

   Qué importante es comprender que jugar es el primer intento de congeniar con la humanidad. Jugando conocemos a Ellas, a Ellos, y aprendemos con naturalidad a querernos porque mucho antes de decir que nuestros amigos "son gente como uno" fuimos capaces de explicar que "mi amigo es como yo" y fue mirándonos en otros niños que descubrimos que las personas, en muchos aspectos, somos semejantes y que "Don Fuera de Serie" no existe.

   Si uno crece con la idea de ser único seguramente es por no haber asistido a esas clases de fraternidad que se toman jugando sin jugarse la cabeza en competencias desmesuradas porque jugar sólo por aplausos, y trofeos, puede significar que un buen día nuestros únicos amigos estén en nuestra cuenta bancaria. Habrá faltado calor humano de buena fuente o de generadores no contaminados.
   Jugar como acto mágico de convocar a la alegría es un rito al que es necesario recurrir siempre...siempre que se nos haya iniciado en el arte del bienestar. Quien no ha pasado por esa iniciación difícilmente disfrute de la vida siendo adulto porque en tal caso no será raro que las obligaciones ocupen el espacio de las diversiones ausentes.





P/D
"No se deja de jugar por ser viejo.
Uno es viejo porque ha dejado de jugar"  
               "Walt Disney"