viernes, 27 de mayo de 2016

"La Llave"

 
   Manucho era un hombre formal, inteligente y riguroso, con las contradicciones propias de cualquier agnóstico que se precie de serlo como la de estar casado con una mujer muy católica y, para colmo, ser profesor de historia en un colegio franciscano al que se dirigía, precisamente, aquella mañana otoñal de su extraña experiencia.
   En el instante de ser detenido su coche por un semáforo, el paisaje que tuvo frente a sus ojos se transformó en la postal de una época muy lejana donde él, en persona, era un simple desconocido husmeando a través de una ventanilla de algo así como un carruaje. En medio del barullo propio de un gran mercado al aire libre, Manucho pudo sentir las voces del gentío, entender lo que decían, observar sus ropas y hasta llegó a reparar en el piso de tierra bañado por un glorioso sol del mediodía. Se sintió encantado con olores y colores familiares.  Descubrió, además, a una mujer muy joven apostada al costado del camino con las manos juntas -en posición de saludo- que lo miraba con malicia. Ella le sonreía con picardía bajo una especie de capucha color terracota que hacía juego con el vestido largo y bastante ajustado que llevaba puesto. Pudo ver que del cordón que ceñía su cintura colgaba una llave negra y nada más... porque un bocinazo lo devolvió al volante de su auto que rodaba por el centro de una ciudad argentina en el flamante siglo veintiuno.
   El profesor incrédulo se instaló durante varios días en aquella visión del camino a clase hasta llegar a la conclusión de que había soñado despierto o que, por un instante, se había dormido. Recién entonces se animó  a contar la experiencia con su personal interpretación y ese capítulo de su historia quedó cerrado hasta que debió reabrirlo cuando, no mucho después, la visión de la mujer del camino reapareció en la figura de su hija cuando participaba en las dramatizaciones de Semana Santa.
   Un sorprendido profesor de sobrenombre Manucho no quería, no podía  ni sabía aceptar que esa estampa de su realidad ofreciera tanta similitud con la de un hecho supuestamente soñado. Terminada la puesta teatral, ya de regreso a casa el hombre se las ingenió para cargar el bolso que llevaba la ropa de su hija mayor en su actuación. Tanto necesitaba examinar esas prendas que buscó una excusa para quedarse a solas en el garage y revisar en secreto lo que, en realidad, no eran más que unos trapos mal cosidos. Lo único rescatable era la pollera larga que dejaba ver algo así como un remiendo precario que hacía las veces de bolsillo donde el arrogante escéptico descubrió  casi sin querer, ¡una llave negra, rústica y de mayor tamaño que las habituales!
   Si se había sentido ridículo revisando el bolso de su hija, a escondidas, cuando encontró lo que encontró no fue más que un pobre tipo que sentía de lo más ofendida su cordura. ¡No podía ser! Pero guardó su descubrimiento en la gaveta de su coche con la intención de examinarlo en otro momento con más serenidad sólo que la misteriosa llave, con su mensaje cifrado correspondiente, hasta el día de hoy no está a la vista. ¡Desapareció con el escepticismo de Manucho!