sábado, 14 de febrero de 2015

"Peligrosa Devoción"






   Gran parte de la humanidad actual se ha quedado sin Dios pero esas mayorías cuentan con algo así como divinidades sustitutas. Una de ellas, la más promocionada, es la tecnología con sus misteriosos designios tan inquietantes en manos de una clerecía de dudosa autoridad.
   El problema se ve mayor al advertir que los devotos de la tecnología somos casi todos porque colectivamente adherimos a la creencia de que los avances tecnológicos nos hacen más fácil la vida negándonos a aceptar que, además, cuenta con inimaginables medios nada menos que para destruirla. En el preciso instante en el que los fanáticos se rinden a sus pies, no está de más detenerse a pensar en la querida tecnología.
   Si los medios de comunicación masiva nos han acercado tanto  -gracias a los adelantos tecnológicos- ¿por qué estamos cada vez más alejados no sólo de nuestros gobernantes, vecinos, conciudadanos y familiares, sino además, de quienes hubiésemos deseado y podido amar?. Si la tecnología es progreso ¿por qué hay tanta gente que no recibe  educación adecuada para dejar de ser esclava o no seguir buscando comida en los basurales?. Si la tecnología es maravillosa ¿por qué parece tan inminente el peligro de destrucción global que acosa a la actual humanidad? Si desde siempre el conocimiento dio Poder ¿por qué este novedoso conocimiento nos lleva a tanta inseguridad generalizada?.
   Como buenos hijos nuestros, los dioses son nuestra obra y estaría todo dicho pero no: habría por comenzar por aclarar que la tecnología puede lucirse en asuntos de tipo productivo, administrativo y, de sanidad, pero no están dentro de su órbita los temas existenciales que suman la mitad más uno de aquellos intereses humanos que van desde la posibilidad de respirar hasta la de poder sencillamente... dormir sin la peligrosa interferencia de una antena cercana, que ponga en jaque a nuestras ondas cerebrales, sin contar con la extravagancia de pretender consumir ¡agua potable!. Pequeñas necesidades de cualquier especie si se las compara con aquellas personalísimas urgencias de la interioridad del ser como las referidas a las emociones, sentimientos y sensaciones, que no figuran en el credo tecnológico desde que lo más exquisito y sofisticado de la condición humana están fuera de su contexto.
   En algún momento de su historia los dignatarios del culto a la tecnología, o quienes la proporcionan y promocionan, deben haber imaginado no ser  semejantes al resto de sus congéneres puesto que no les importa la infelicidad humana ni les preocupa la probable extinción de la especie a la que suponen no pertenecer porque, si vamos por más, no es ningún secreto que los tecnócratas parecen empeñados en hacerla desaparecer como si se tratara de cumplir un pacto inconfesable. Si quienes no adherimos al culto ciego a la diosa tecnología somos algo racionales, todavía, no deberíamos demorar un segundo más en la defensa de nuestro derecho a  no asistir a la procesión de ingenuos que se quedan sin amigos, casi sin huesos, sin vocabulario y sin tiempo propio por culpa del llamado "tiempo virtual". En esa dimensión, donde todo es apenas lo que parece ser, el universo de la individualidad quedó afuera sin que se advierta la talla de semejante inhumana expropiación.
   De continuar con este sometimiento ciego a la tecnología, dentro de muy poco todo será tramposo como el auge de los cocineros detrás del cual se oculta lo poco que queda del placer de comer y si ese lujo está casi perdido es porque al tiempo de robarle sabor a los alimentos naturales, el mal manejo de las nuevas técnicas biogenéticas reemplazan al disfrute de la vida por la adicción a la no-vida ya tan visible en la niñez por imposición de las llamadas comidas rápidas. Los niños del siglo veintiuno no sólo tienen devaluado el paladar; su sensibilidad también está en la misma situación gracias a la ausencia de aquel otro condimento desplazado que era el placer de jugar. Si las calesitas son más atractivas para los padres que  para sus hijos es porque a la infancia de nuestros días se le inyecta lecciones diarias de exterminio presentadas como juegos en los cuales la violencia aparece como inocente -natural- pasatiempo.
   En este "desvivir" hoy se descubre poca gente expresiva y ni qué decir comunicativa porque el ser humano se fue quedando sin ideas más o menos propias y, por tal motivo, sin siquiera ganas de abrir la boca para saludar lo cual no parece extraño porque nos hacen creer que estamos contactados con "todo el planeta, a toda hora, en todos los idiomas" lo cual significa estar conectado a una máquina  el tiempo que haga falta para sumar a nuestro cuerpo desmesurada cantidad de grasa, más azúcar y posibilidades muy ciertas de terminar como una simple partícula adherida a la pantalla de un monitor. En cuestión de pocos años dejaron de enseñarnos educación, arte y ciencias pero aprendimos sin quererlo, sin advertirlo siquiera, a necesitar más y más asistencia tecnológica hasta para calentar un café. Si hasta parece que todo lo que hay que saber es hacer nada porque nos han vendido comodidad al precio de nuestra soberana inutilidad. Los rituales tecnológicos nos desvalorizan de tal manera que (¡qué casualidad!) en estos tiempos de la estética personal hay crisis mundial de autoestima porque con ser personajes, con ser apariencias, no alcanza. Por cierto, la actual humanidad no debería asombrarse cuando el desmedido apego a la máquina nos lleva  a creer en la invalidez de los valores suponiendo que somos casi nada a su lado y que ella es lo definitivamente valiosos porque ella, la gran diosa, "puede más". Como si esto fuera poco, el deslumbramiento tecnológico puede hacernos suponer que no necesitamos, por ejemplo, amores. Las relaciones afectivas se van reemplazando por necesidad de casa, comida y afines. El hecho desgraciado de no poder encontrar pares, por creernos "únicos e irrepetibles", la descarada insolvencia para generar afectos duraderos por culpa del ejercicio cotidiano del desamor, nos hermana con la máquina hasta el extremo de desconectarnos de la vida que merecemos vivir. En la actualidad casi nadie se da cuenta de que es glorioso enamorarse, o tener ideales, porque lo que socialmente se demanda es puro acero donde bien pudo haber un divino corazón. ¿Romanticismo? ¡Qué romanticismo! Hoy se trata de ser anti misiles para  no quedar afuera de uno que otro entrevero de ésos que, en cadena, conforman un atropello conocido como "El Sistema". La mayoría de la gente hoy no canta después de haber guardado en la historia antigua a la contagiosa y liberadora carcajada si es que no a la mismísima sonrisa pero... a todo esto... ¿no era que lo único que necesitabas era amor?. Al paso que vamos, sólo falta firmar en público  la renuncia como "almas vivientes" para convertirnos en herramientas de la peor calidad. Siempre fue muy caro aportar humanidad pero, a no desesperar porque también hay buenas noticias: hay quienes pretenden continuar siendo humanos. Son aquellos que no mueren por invasión inútil de tecnología sino por la suma de años libremente vividos y son, además, quienes -por respeto a la máquina- no la dejan entrar en sus vidas a cualquier hora, ni a cualquier precio, porque la mayoría de las veces no hace falta y hasta puede tener la culpa de que nos controlen (¡todavía más!) desde el sitio más oscuro por el motivo menos pensado.