sábado, 25 de abril de 2015

"Mujeres: ¡al ring!"

    Son alentadores los datos de que ya no es rosa el ajuar de  la nena ni azul el que se prepara para un niño que está por nacer. Lo mismo puede decirse de los colegios mixtos donde ellas y ellos estudian en igualdad de condiciones. También es excelente que, en algunas partes del mundo, las mujeres puedan ganarse la subsistencia y gozar de libertad -delicia que es, ante todo, económica. Lo preocupante es que, entre tanta lucha por liberarnos, la mayoría de nosotras insistimos en no desplazarnos de ciertos esquemas mentales considerados "femeninos" tal como están grabados en nuestra mente a golpe de siglos. Sucede que los garrotazos continuan sin que se los pueda advertir masivamente como cuando las guardianas de la vida festejamos chistes adversos a las suegras o cuando aprendemos canciones que nos denigran sin piedad. Hay letras de canciones que ninguna mujer despierta debiera aplaudir como aquella referente a que "la cosecha de mujeres nunca se acaba" como si la mujer fuese un vegetal. Un viejo tango formulaba la siguiente pregunta: "quién sos que no puedo librarme/muñeca maldita/castigo de Dios" ¿y qué tal la letra de "Angélica"?: "un águila fue tu cariño/paloma mi pobre alma/mi corazón en tus garras sangró/y no le tuviste lástima". ¡Cuidado! si no somos verdurita somos fieras cuando no se nos ningunea de frente mar en "Amor Salvaje" donde no hay reparos para decir: "la llevé sin preguntarle ni su nombre..." ¿Para qué? la mujer sigue siendo, en la cabeza de muchos, una cosa que vale casi nada.
   Está tan bien hecho el trabajo machista, en lo referente a la sumisión de la mujer, que no  nos extraña que  un hombre diga a los cuatro vientos que lo más importante para Él son sus hijos y que a la madre de esos niños ni la mencione. Cada vez que escucho a un sujeto llamar "bruja" a su esposa, señora o pareja, me indigna que no estemos resistiendo -como es debido- al destrato de los machos  que infinidad veces se niegan a tomar nota de las denuncias de atentados contra nuestra integridad física. Las mujeres estamos indefensas desde que los varones de la familia trabajan arduamente para cortarnos las alas desde pequeñas y ese trabajo en equipo, por bajarnos la moral y desprestigiarnos, será eterno de parte del chiquitaje masculino miestras esté ausente el elevado concepto de su género que toda mujer necesita para poder SER. Mientras tanto la mujer mediocre simplemente se deja estar. Vive esperando casi todo sin ponerse en movimiento para conseguirlo y se conforma con protestar en rueda de amigas donde cada una se siente en su lugar por obra de decretos culturales antiguos que continuarán siendo cuidadosamente transmitidos a sus hijos con una inocencia y una irresponsabilidad espeluznante. Es por ingenuidad que  la mujer desdibuja su inteligencia al punto de combatir sin descanso a la hermana de especie que tiene algún vuelo. ¿Acaso toda mujer descollante desconoce que sus pares femeninos son sus más temibles adversarios? Culturalmente programadas para serlo, no se puede alegar que se trate de una programación encriptada cuando está tan visible en ese hábito de maltratarnos que cotidianamente tenemos las mujeres al hablar de nosotras:
   -De burra que soy.
   -De animal que soy.
   -¡Estúpida yo...!
   -Siempre la misma idiota... y las propias descalificaciones femeninas que no sólo refuerzan el trabajo sucio de desnaturalizar a la mujer: lo legitiman sin ningún inconveniente para tener a los señores ¡encantados! como si no se pudiera violar el decreto de no irritarlos por ninguna causa y por las dudas. Esta actitud no difiere demasiado de la que todavía se repite en millones de hogares del mundo donde se pretende exhibir -sin disimulo- la figura del "jefe de hogar" que si no es marido puede ser el hijo mayor o un abuelo o suegro, a falta de yerno disponible. De primera intención "el hombre de la casa" aparece como necesidad de contar con un macho que gobierne a las hembras cuando, en realidad, se trata de una imaginaria comodidad de tener a quién cargar con las responsabilidades a cambio de obedecer, servir y padecer... al precio de una humillante protección que es, muchas veces, equivalente a casa, comida y pequeñas cosas.
   Toda vez que se recurre al tema de la protección como excusa para legitimar el sometimiento femenino, uno se ve obligado a preguntar dónde están los triunfadores que lo son gracias a una madre, hermana o esposa admirables tan pocas veces calificadas como inteligentes, o geniales, porque apenas si dirán de ellas que son astutas o vivarachas. Cuando un machito con aspiraciones frustradas de hombre no tiene más remedio que admitir los valores personales, o el alto coeficiente intelectual de una señora, ahí nomás saca  a relucir descalificaciones canallas como la de llamarla "insoportable", "peligrosa", "resentida", "histérica", "loca"... lo cual no es tan grave después de todo porque, con sólo dos dedos de frente, cualquiera de nosotras puede poner en su lugar al energúmeno.