sábado, 25 de julio de 2015

"El Dúo Fantástico"




   Si una dimensión desconocida le fue concedida al ser humano para hacer piruetas con su debilidad, o su fortaleza, esa dimensión no es otra que la de su fantasía y es dentro de sus límites invisibles donde las personas avanzan o retroceden, caen o se ponen de pie frente a sí mismas de manera tan poco perceptible... que apenas si se puede creer.
   Aunque no encontremos posibilidades de compartir la extra dimensión de la fantasía, ni de dibujarla siquiera, la morada interior de Santa Teresa de Ávila existe y éste es el sitio que podemos frecuentar para acceder a nuestro propio cielo con un sol exclusivamente nuestro porque es de nuestra propia creación. Cada vez que lo decidimos, está entre nuestros privilegios frecuentar nuestro rincón del alma y en esas secretas peregrinaciones no deberíamos dejar de remover esos propósitos, dudas o problemas, que muchas veces dejamos anclados demasiado tiempo en este lugar mágico, pero peligroso, donde el miedo y el coraje celebran sus cumbres. Pareja despareja si las hay pero este detalle no impide que, en su calidad de gobernantes invisibles, se obstinen en no moverse de este predio abandonado que con tanta frecuencia les ofrecemos en nuestras vidas.  
   Elegidos libremente, o por imposición de reflejos involuntarios, estos dos patrones estuvieron siempre presentes en la historia de la humanidad tal como lo demuestra esa legión de diablos, y dioses, que si hasta hoy consiguieron sobrevivir es tan sólo por obra y gracia de los favores que sigue concediéndoles la condición humana cuando se subordina al temor o al arrojo. Hoy, testigos tan poco calificados de esta era post moderna, persistimos en hacerle la corte a estos dos gigantes de nuestra exclusiva creación al continuar confiando y desconfiando ciegamente. Pero el hijo del siglo veintinuno cada día necesita armarse de mayor coraje cuando el miedo lo acosa  como la primera vez porque aquel miedo lejano, el de los primeros días de su aparición en la mente humana, hoy no es un miedo cualquiera. La legítima preocupación  por una guerra nuclear, por ejemplo, es nada frente al terror que está llegando a sentir el homo sapiens frente a sí mismo y esta sensación de indefensión nada tiene que ver con el cuco de la vejez, con el fantasma de la muerte, ni con el promocionado peligro de la soledad. Se trata del miedo al propio corazón que hasta aquí ha dado sobradas muestras de su constante afán por desvirtuar los frutos de toda cosecha intelectual. La presuntuosa valentía, en apuros como éste, necesita recurrir a toda su artillería para imponerse frente al temor en nuestro feudo fantástico donde el margen para una victoria es tan reducido que el miedo y el coraje pueden verse en dificultades pero, a no inquietarse demasiado porque obrando el uno como impulso y el otro como acción, se complementan divinamente sirviéndose de la ventaja que les da el hecho de ser dos hábitos mentales que pueden intercambiar apariencias las veces que sean necesarias. En las actuaciones de este dúo fantástico es frecuente que el uno simule querer beatificar su precaria existencia invitándonos a permanecer en un mismo lugar y, de sólo estar, nos paraliza en nombre de la prudencia y compañía. Mientras tanto el otro, que no puede quedarse quieto, se nos presenta  sin hacerse anunciar para inclinarnos a pensar que tal o cual dios es un poroto al lado nuestro. Con semejante argumento entre manos se nos ocurre que no habrá proyectiles que puedan alcanzarnos de manera que salimos disparados de la modorra hasta terminar abandonados en cualquier parte a la que ni ebrios, ni dormidos, hubiésemos pretendido llegar.
   En resumidas cuentas, estos socios -el temor y el valor- siguen sin darnos tregua porque ellos crecen con y en cada uno de nosotros bastante alejados de nuestro control. Apenas si tenemos alguna noticia de sus correrías porque les negamos esa entidad precisa que deberíamos darles para no terminar siendo víctimas de sus manejos que casi siempre son verdaderas estafas al razonamiento precario.
   Tanto la cobardía como la valentía son demasiado peligrosas si no se las controla y, sobre todo, si consiguen nublar nuestra razón. Lo importante es no perderlas de vista porque mientras están vigiladas no provocarán demasiadas catástrofes en nuestras vidas, ni en las cercanas, por muy crueles que sean sus habituales enfrentamientos en el predio fantástico donde  ni el más observador sería capaz de decir quién es quién de tanto que se parecen, en propósitos y recursos, como si se tratara de matearia y antimateria alojada en nuestro interior. Tampoco es fácil determinar con certidumbre dónde está el temor o el valor por causa de las infinitas mutaciones que  pueden permitirse. Buenos hijos nuestros, al fin, los cargamos  sin protestar por la sencilla razón de que siempre serán funcionales a nuestras planes. Viejos aliados, añosos residentes en el corazón de la raza humana, son algo así como las dos caras de una misma moneda con la cual jamás dejaremos de especular porque siempre tendrá idéntica cotización a la de nuestras acciones personales. ¡Ahí está la regulación automática! El miedo y el coraje suben o bajan sus acciones, aparecen o desaparcen, de acuerdo a los tratos que vamos cerrando con este mundo que nos alberga comos simples peregrinos pero, además, como acccionistas importantes  en todo comportamiento o actividad que tenga algo que ver con la vida o, si se prefiere, con el infinito.-