miércoles, 30 de noviembre de 2016

"Señales de Humo"

  
    Siesta provinciana. La ciudad está en "pausa" si bien la cabeza de un adolescente no tiene por qué estarlo y menos la de Francisco. Sucede que en cuatro semanas finaliza su bachillerato tan devaluado en la realidad del siglo XXl llegado recién nomás con tantas pretensiones para dejarnos salir de la turba. Ya no basta con la universidad ni la cibernética. Además hay que dominar idiomas y tener mentalidad positiva para poder borrarnos de la lista de los casi analfabetos.
   Francisco ve en sombras su futuro como cualquiera que no alcance a escuchar el llamado de una vocación y, lo peor, no se siente atraído por ninguna actividad.
   -¿Farmacéutico? Sería como ver pasar la vida detrás de un mostrador,
    -¿Abogado? Podría significar tener título oficial de delincuente.
    -¿Maestro? ¿Para enseñar antigüedades?
   -¿Técnico en...? No. No le interesa y sigue repasando profesiones sin que ninguna llegue a enamorarlo como sucede con las chicas que tan pronto lo decepcionan. En este último razonamiento reside la dificultad de su búsqueda: el señorito busca LA perfección o, lo que igual, está detrás de una quimera. Sentado al borde de la cuneta de la vereda de su casa por la que hasta hace poco viajaban sus barquitos de papel, al final de una tormenta, Francisco está mandando señales de humo por tierra, por aire y por mar, como un náufrago recién arrojado en la ribera del desamparo. Este sentimiento de indefensión es muy frecuente  en aquellos que están asomando a la vida laboral sólo que los mayores, salvo excepciones,  no nos damos por enterados al estar ¡tan ocupados! en zonceras y completamente olvidados de que fuimos adolescentes acorralados por la indiferencia de nuestros mayores.
   El adolescente está muy solo sin la mirada de sus padres por muchos amigos, maestros y vecinos que tenga en su entorno. Como a los más grandes nos enfurece la rebeldía -por el miedo que tuvimos y tenemos a la libertad- generalmente los padres le confiamos al señor tiempo  nuestro arduo trabajo de educadores como si no supiéramos que "nuestros hijos son nuestra obra". Les ofrecemos casa y comida sí; les proporcionamos lo que sus ojos ven por supuesto; no les negamos dinero para las salidas de los fines de semana ¡claro!; les advertimos los peligros de la calle y de la noche ¡también! pero siempre sin ver que tienen todas las noches del mundo en las ojeras. No nos detenemos en sus gestos y actitudes. El saludo, algunas palabras  y ¡gracias!.
   Por supuesto Francisco no piensa en todo esto. Tampoco tiene idea de cuánto tiempo lleva queriendo encontrar el agujero al mate solo como siempre, y en la calle como de costumbre, pero no fueron inútiles sus cavilaciones esta vez porque ha llegado a una gran conclusión: lo que Él pretende es no dejar de ser quién es bajo ninguna circunstancia y, en este tramo de su aventura por esa calleja solitaria y peligrosa de la incertidumbre, este  joven pensador acaba de dar un salto cuántico porque cualquier profesión o actividad, en la que Francisco esté con alma y vida,  será tan exitosa como para poder vivir con el corazón contento.
    Es cuestión de ESTAR cuando de HACER se trata para SER algo más que un número en los sondeos electorales, en las encuestas y, sobre todo, en los senderos de la vida no siempre tan seguros ni floridos como uno quisiera.