viernes, 7 de agosto de 2015

"Amor Del Cielo"

    Aquel amor adolescente fue todo lo grandioso que había en el universo para Ella y a punto tal que, cuando la magia terminó, Luciana no tuvo mejor idea que la de sepultarse en vida es decir, convertirse en Franciscana. En más de una ocasión las monjas de su colegio habían tratado de seducirla para que, llegado el momento, se casara con Cristo. Luciana era introvertida, callada, algo extraña y nada delataba en sus modales esa rebeldía interna que jamás le hubiese permitido someterse a reglamento de vida alguno si hasta los dogmas religiosos le merecían cada vez menos respeto y, para qué andar con rodeos, conquistar al chico más codiciado del pueblo había significado para Ella sentirse la más bendecida de las mujeres -aclarado que el galán lejos de ser bendito fue todo lo contrario-. Mujeriego, falso y vulgar fue lo que, al final de cuentas, resultó ser el príncipe azul de Luciana que cuando se desdibujó, o mejor dicho se esfumó, mucho más que su alejamiento dolía demasiado la desilusión por aquello de que las mujeres ponemos tanto en nuestros amores. 
  Cuando se es demasiado joven, un adiós puede llegar a ser una tortura. Son verdaderos clavos en el corazón esos dolores que no deberíamos sentir por alguien que ya no nos ama, y seguramente nunca nos amó, pero sucede que el desengaño determina que nuestro cielo deje de ser azul, que la tierra se convierta en un desierto interminable, que sólo haya vinagre para nuestra sed de ternura y es humano preguntarle al amor:-"¿por qué me abandonaste?".
   Pero no era ésa la pregunta de la muchacha triste cuando de rodillas, en la penumbra de la iglesia de su pueblo, le preguntaba al dios de su corazón si Ella reunía las condiciones para ser una  verdadera Franciscana. Ríos de agua hirviente surcaban esa cara de niña envejecida cuando demandaba señales del cielo para tomar la decisión de divorciarse de este planeta que, mal o bien, la hospedaba desde hacía pocos años: apenas diecisiete.
   Ese jueves de abril el sol estaba en franca retirada, la misa vespertina era inminente y Luciana... la imagen más perfecta de la   abandonada inmóvil que despertó la compasión de cierta persona a quien Ella no había visto antes pero, sin duda, estaba al tanto de su desolación y la comprendía como nadie en el universo porque, mirándola amorosamente, le hizo la pregunta más inesperada:
   -¿Quieres confesarte?
   -No Padre
   Nadie le había pedido opinión al señor pero El no se privó de decir:
   -Cuando pase el tiempo comprenderás que nadie vale tanta amargura.
   Cada vez que alguien le decía algo similar, Luciana se ponía furiosa porque esas palabras eran la mejor demostración de que no la comprendían es decir, nadie amaba como Ella o nadie sabía amar con tanta necesidad de amor total. El sacerdote leyó sus pensamientos y calmó su furia con maestría:
  -Niña: estás viviendo un espejismo. No es real ese hombre ni tu amor es verdadero. Sólo es verdad tu dolor porque es tu obra.
   -¿Cuál es el amor verdadero? 
 Es el amor del cielo que llegará cuando alguien sepa amarte como esperas que te amen. Después de buscarte en todas las mujeres ¡El te encontrará! y ya no volverán a separarse porque dos gotas de agua son un gran río de vida que desemboca en el infinito.
   El desconocido vestía jeans azules, camisa colorada a cuadros. Era rubio de ojos profundamente celestes y tan bajito que su estatura era equivalente a la de Luciana arrodillada en la escalinata del oratorio. Este detalle pasó inadvertido para la novia del dolor porque Ella estaba enteramente instalada en su amargura desde donde apenas si pudo escuchar que le decían:
   -En este preciso instante Él está en tu casa esperándote porque necesita hablarte y, aunque no lo creas, lo comprenderás y lo olvidaras. Lo olvidarás -repitió con firmeza silabeando la palabra-.
   -Es lo que más quiero Padre- contestó la víctima del galán del pueblo. El interés de Luciana por encontrarse con su amor  la reanimó  de tal manera que no esperó un segundo para ponerse en marcha. En el atrio de la iglesia se percató de que ni siquiera le había dado las buenas noches al sacerdote nuevo de la Parroquia lo cual no se veía demasiado grave porque para amabilidades había tiempo de sobra.
   Tal como lo anticipara el rubiecito de camisa leñadora, un tal Ramiro Martín la estaba aguardando con su mejor cara de pócker. Lo que hablaron los personajes de esta historia no es de interés general; lo interesante ocurrió la tarde siguiente cuando Luciana pasó por la secretaría de la iglesia preguntando por el nuevo sacerdote a quien Ella había conocido casi sin darse cuenta. Desde luego, quería agradecerle su bondad y su consuelo pero, muy especialmente, deseaba preguntarle cómo había podido saber que el causante de sus penas la estaba esperando. Parecía mago el hombre.
   Al Párroco de "La Purísima" le extrañó tantísimo lo relatado por Luciana que hasta le preguntó si estaba segura de no haberlo soñado.
    -¡No Padre!!!!! pregúntele a Darío que estaba encendiendo las luces para la Misa. El andaba por ahí y lo vio todo.
   -¿De dónde sacaste que ese tío era sacerdote?
   Luciana revisó lo sucedido a velocidad atómica y lo comprendió TODO. La había asistido un ser que no era de este mundo. La autoridad, el amor de aquellos ojos, y la ternura de aquella voz, aún hoy la estremecen hasta hacerla llorar como una niña.-