viernes, 12 de agosto de 2016

"La Gaviota Misteriosa"

            Mi recuerdo para Daisy


   Daisy era picante por temperamento. Su placard la delataba coqueta -y actualizada- de modo que sus nietas lo asaltaban cada fin de semana en solapado intento de parecérsele porque era bueno ser como Daisy en aquella tribu que parecía una familia. Abuela proveedora de propios y ajenos, bien pudo haber tenido una vejez de holgura económica pero su dinero fue siempre a parar en los bolsillos de quienes amaba más que a ella misma: tres muñecas, y un osito demandante de cariño. Esos cuatro nietos fueron los destinatarios de todos sus trabajos hasta bien entrado su otoño y, cuando debió marcharse, lo hizo sin despedirse pero tan digna como había sabido vivir en este mundo.
   Daisy no era devota de ninguna religión. Practicaba un sincretismo personal que desembarcaba en estampas de santos y fotos muy vecinas en el momento del encendido de alguna vela o de ensayar una plegaria. La experiencia religiosa se reducía al silencio sagrado a la hora de tomar mate cuando su querida soledad era el clima perfecto para profundas cavilaciones. Todos respetaban esos silencios aún los que necesitaban decirle que querían comprar un alfajor lo cual era lo mismo que abrir las puertas de alguna entidad bancaria del cielo.
   Es frecuente la devoción por las abuelas; lo raro es el intento de identificarse con ellas pero, cuando una nieta de Daisy necesitaba una psicóloga no era por mucho tiempo porque bastaba que la profesional arriesgara una simple pregunta: ¿A quién te pareces? Con responder a ese interrogante el conflicto quedaba al descubierto.
   Esta mujer amorosa, inquietante y luchadora, no sólo  invirtió dinero en los suyos; también a cada paso les fue dejando pinceladas de vida como aquella que apareció cuando la despidieron en aguas del Río de la Plata. Rioplatense de ley, Daisy dejó bien claro su deseo de que sus cenizas fueran esparcidas en las costas de su inolvidable Uruguay. Cumplir ese mandato costó mucho porque sus nietos hubiesen querido preservar lo que quedaba  de La Nona lo cual, sin embargo, no autorizaba a contradecirla y así fue como, desafiando al suplicio que llega con la pérdida de alguien tan amado, Paulita y Roxy iniciaron el viaje más corto y más largo que dos nietas doloridas puedan compartir. Adoradas por Daisy, esas dos bellas mujercitas se le parecían bastante en ese apego ancestral por lo ritualístico que nos permite codificar -a nuestro modo- todo aquello que nunca podremos comprender y aquel día triste  ambas estuvieron embarcadas en dos viajes simultáneos: uno por el río y otro por aquellas frases y actitudes frecuentes de quien les enseñara no solamente los artilugios de la coquetería; también los de la supervivencia. Pasada la primera hora Paulita sintió que había vivido varias vidas recordando a la "Yaya". Roxana vagabundeaba en el mar  de la tranquilidad de haber sido generosa con quien mejor le enseñara que "cuanto más damos... más tenemos para dar". Había heredado de Daisy su falta de diplomacia pero, en cambio, guardaba en su pecho la mejor copia de aquel corazón tan grande que, en cuestión de minutos, iba a echarse a volar.
Los últimos rastros de La Nona debieron ser dispersados en tierra firme  pero, por causas burocráticas fueron entregados al agua muy cerca de la costa uruguaya. Sus nietas miraron la hora sin verla es decir, para olvidarla. Se pusieron de pie sin darse por enteradas porque no deseaban hacer lo que hacían y se llenaron de vida los ojos cuando les pareció que las lágrimas eran, sencillamente, pura niebla del río. Cada paso que daban pareció guiado por un gran maestro de ceremonias y fue todo tan perfecto que el viento delicioso del mediodía quiso hacer, con lo que quedaba de la abuela, una pirueta inesperada: dibujó una gaviota recién liberada que se dejó ver lo suficiente como para que Paulita y Roxana pudieran aplaudirla y descubrir cómo es de fácil el regreso al infinito.