viernes, 22 de julio de 2016

"Luces y Sombras"

    Nebulosa del Águila
 
   
   Seguramente nuestros ancestros fueron capaces de emocionarse con el lucero del alba, la luna, Las Tres Marías, o cuando descubrieron a Sirio con su satélite que desde tiempo inmemorial se llama "Cachorro". Más tarde comenzaron a dibujar en el cielo y ante sus ojos asomaron Las Pléyades, Andrómeda, Orión y tantas otras hasta que hoy la tecnología nos regala tan nítidas imágenes del universo que hablamos de constelaciones, y galaxias, con la perfecta noción de que se trata nada menos que de nuestro "vecindario cósmico". Ha llegado a tal punto la información interestelar que no hace falta ser astrónomo para hablar sin saber de los agujeros negros, por ejemplo, y la mayoría de los mortales tenemos una decorosa idea de lo que es una supernova, o una enana, y ¡qué actualizados! claro que no siempre información es conocimiento.
   El universo es un libro recién abierto por los humanos y lo que alcanza a mostrarnos de él la indiscreción de los satélites es sobreproducción de polvo estelar, explosiones indescriptibles,  coaliciones formidables, energías extrañas para nosotros  que se cuelan o desbarrancan por todas partes, demolición y reconstrucción, presencia y ausencia, atracción y rechazo, luz clara y oscura, todo un espectáculo de terror que, visto a distancia sideral, ofrece las más bonitas imágenes de lo que es la violenta expansión del firmamento. Cuando miramos la oscuridad del cielo, que por una gentileza del sol durante el día podemos ver azul, se nos ocurre que el único movimiento estelar es el de las nubes. Sucede que para los habitantes terrenales, la gestión de los opuestos en el espacio es tan imperceptible como lo es en nuestro mundo interior. ¡Qué extraño! pero, se nos ha negado capacidad para percibir la batalla entre  luz y  sombra que no se dan la más mínima tregua en la particular geografía de la condición humana  que, por muy instalada que esté en nuestros propios genes, está más alejada -de nuestra comprensión-  que la más remota de  las estrellas.  
   Si sabemos casi nada acerca de quiénes somos, en realidad, tal vez se deba a que  nos asusta la idea de ser  microscópicos universos expandiéndonos en tiempo récord: apenas casi un siglo miserable que es demasiado poco para hacer todo el bien y todo el mal. (¡Qué sabiduría la cósmica!)
   Sin aceptar la idea de que nacemos malos o buenos, mejores o peores, pienso en cada uno de mis congéneres como si se tratara de un simple haz de energía al acecho. Sí. Creo que somos energía operando sin cesar aún cuando dormimos y, por tal motivo, tan poderosos que supernovas o enanas, soles o estrellas de barrio, planetas o satélites, todos podemos alumbrar y tenemos energía de sobra para hacer de nuestra familia, de nuestro barrio, de nuestra ciudad, de nuestro país y de este mundo, un lugar amable para vivir. Si las sombras de la ignorancia y el odio nunca duermen; a la luz del conocimiento, y el amor, le toca redoblar el paso sin permitirse un respiro.