sábado, 18 de abril de 2015

"Hermanos del Alma"


   Resultó que el universo está constituido por los mismos elementos y que  el ADN es común a todos los seres vivos de modo que el presumido ser humano viene a ser un pariente más de los microbios. Para  manifestarse como Mamífero Top cada terrícola tiene su peculiar configuración genética pero para para manifestarse como partícula del universo le queda al patrón psíquico hacer la diferencia para determinar la singularidad de cada alma viviente que, aún gemela, es única portadora de su "ánima" es decir, de esa estructura cósmica que los místicos suelen llamar "ser interno" y el común de los occidentales conoce como "psiquis". Atractivo y fascinante, como ninguno, ese cristo interior es inmune a todo tipo de manipulación que no sea la autorizada por quien esté suministrándole presencia física. La autorización más frecuente tiene la firma del miedo y le sigue aquélla extendida por la necesidad: necesito dejar de comportarme de cierta manera -o de hacer tal cosa- y entonces me dejo manipular para corregirme o curarme. Yo puedo permitir, hasta cierto punto y en determinadas circunstancias, que otros manejen algunos comandos de mi procesador interno.
   El hecho de que el "ánima" sea infanqueable no impide, sin embargo, que cada sociedad dibuje externamente a sus integrantes de determinada manera lo cual implica que la humanidad está señalada por diferencias descomunales (idioma y raza incluidos) que, de verdad, sólo son variaciones de un mismo arpegio. En lo esencial todo es igual y no hay mejor ejemplo que el de las llamadas diferentes religiones en un mundo superpoblado de seres que practican una misma religión bajo modalidades, intereses y denominaciones distintas. Así como a lo largo y a lo ancho de nuestra aldea planetaria se requieren idénticos nutrientes que se consumen bajo variadas presentaciones: la raza humana sólo ofrece diversidad aparente o superficial. En lo esencial somos todos semejantes. "Semejantes", sin embargo, no significa "idénticos" y, al final de cuentas, además de cósmicamente inviolables, somos seres impares o, si se prefiere, solitarios pasajeros de una travesía particular donde los hermanos del alma apenas asoman, o no aparecen, y todo lo que podemos encontrar es "gente como uno" esto es personas que, compartiendo aristas de la propia sigularidad, pueden configurar desde parejas hasta países bien diferenciados.
   De aquí o de allá seguirán rotando los capitales sin que sea posible ninguna mudanza completa de rasgos culturales. No es posible transportar tradiciones y costumbres de una comunidad a otra aún compartiendo idioma -y creencias- porque cuando se trata de bienes intangibles, como es el caso de los valores, a lo sumo se los puede adaptar para recién incorporarlos. Por esto, hablar de países suponiendo que se trata exclusivamente de extensiones territoriales generadoras de productos primarios, o negocios, es desconocer lo más importante que es el alma de los pueblos con sus notas predominantes que determinan un ritmo propio en el tan bien llamado "concierto de las naciones" ¡Qué expresión perfecta! Muchas veces, cuando el alma de una potencia mundial termina por rendirse frente a la de un  país insignificante, imaginarios expertos atribuyen la derrota a los motivos más inverosímiles sin poder admitir que la determinante del fracaso  fue esa energía formidable de la simple silueta de un inconsciente colectivo que no está a la vista pero reconoce sus fronteras, y no tiene nada de golondrina, ni está a la venta porque su precio es tan caro, tan querido y valioso, como su destino. 
   De pronto se escucha hablar de un mundo sin fronteras en el cual las distancias se acortaron, y los intereses económicos son universales, dos vulgares mentiras agravadas por el hecho de que la pretendida globalización es sólo una estrategia inconfesable dentro de la cual la mayoría de la humanidad no se siente involucrada ni desea hacerlo. Desde que los ilégitimos administradores de la riqueza de este mundo dieron a conocer este discurso, cada grupo social -de mayor a menor- está de regreso a su ánima. Por todo el planeta los países vecinos no sólo se hermanan cada día más; también vigorizan su música nativa, recuperan a sus científicos, premian a sus artistas como mejor saben hacerlo, leen mejor a sus escritores y ni qué hablar de la fortaleza que están logrando las economías regionales dentro de las cuales los hermanos, y semejantes, pueden muy bien seguir sintiéndose singulares. Hoy ha dejado de ser novedad que los ciudadanos de este planeta han vuelto a prestarle atención a la "madre tierra". Cada día con  mayor determinación están regresando "tierra adentro" en procura de verde, aire más limpio y pajaritos pero,  en primer lugar y tal vez sin saberlo, en el intento de reforzar la auténtica personalidad de sus pueblos que dejan ver una legítima aspiración de llegar a ser invencibles en sus objetivos primero y, ahí nomás, formidables gladiadores en el circo eterno de la política internacional tan experta ella en caídas espectaculares como en estruendosos papelones entre los que siempre estamos viendo a uno que otro león hervívoro ofreciendo su último espectáculo: el de su merecida caída bajo el peso de la historia que no suele ser piadosa porque siempre ha mostrado interés por ser justa.