jueves, 17 de marzo de 2016

"La Casa Encantada"

    Muchas veces, lo visible y lo invisible se encuentran... en un punto inaccesible para la razón.
 
 
 
   El tren se detuvo parsimoniosamente en la estación del pueblo donde Daniel tenía viejos queridos amigos uno de los cuales, Víctor Manuel, lo estaba esperando para celebrar las bodas de plata con su Marietta. Daniel, ya divorciado, llegó sin compañía pero con  la promesa de quedarse varios días con el matrimonio amigo que le tenía preparado un dormitorio acogedor en una casa vecina, de su propiedad, por entonces deshabitada.
   Los ex compañeros de andanzas juveniles cruzaron eufóricos la cancha de fútbol fenomenal que separaba a la estación  de trenes de la casa de Víctor Manuel ubicada en la clásica calle angosta paralela a las vías que hay en algunos pueblos y no hizo falta ingresar en ella para percibir que el espíritu de fiesta ya estaba instalado en el corazón de sus moradores.
    El festejo se extendió hasta las cuatro de la madrugada. Una vez despedido el último invitado, Daniel se instaló en aquella casa especialmente acondicionada para que se sintiera cómodo durante los días que había decidido quedarse. Si bien, como le dijeron, estaba deshabitada desde hacía algún tiempo, lucía cálida y, sobre todo, olía a jazmines porque era primavera. Daniel encendió todas las luces (todas). Inmediatamente reparó en una gran galería cerrada con un enrejado de madera como los tantos que había visto en Palma de Mallorca, en un lejano recorrido por España. Esa galería daba a los patios traseros que no  eran de tierra: estaban cubiertos por un dominó de cerámicas sobre el cual se lucían dos reposeras y una mesa rectangular demasiado pequeña para el gusto del huésped que decidió pasar por el cuarto de baño antes de meterse en cama. Como estaba solo no cerró la puerta y ya se retiraba cuando quiso ver qué imagen le devolvía el espejo sólo que, además de la suya, vio la de un sujeto calvo, grueso, de negro, que lo observaba con atención. Daniel dio media vuelta. Nadie. "Tomé demasiado" -pensó- y ya de paso por el comedor, tomó una silla, la llevó al dormitorio para acomodar en ella su ropa. Cuando quiso colocar el pantalón la silla no estaba lo cual lo llevó a pensar que tan sólo había pensado llevarla. Regresó al comedor por la silla y todo bien.
   El eventual ocupante de la casa estaba por dormirse cuando escuchó ruidos en el patio. Un baldazo de agua tras otro, cepillado y secado del piso con evidente torpeza. Pasos... Aquello le pareció un despropósito y saltó de la cama para avisar que había gente en la casa que necesitaba descansar pero, se encontró con la única presencia de la luna desparramada sobre el piso en blanco y negro. A esas horas Daniel estaba de lo más sobrio porque el miedo se había bebido los tragos que pudo tener  de más. Bastante inquieto regresó al dormitorio. Dejó el velador encendido y pudo dormir hasta que lo despertó un portazo brutal. Cuando descubrió que la puerta del dormitorio se había cerrado se sintió preso pero no. Pudo salir, instalarse en el living a fumar y, sobre todo, a rebobinar lo sucedido aquella noche vieja porque los pájaros ya estaban celebrando el nuevo día lo cual lo animó a intentar un sueño. Había escuchado decir que la luz del día acompaña.
    El amigo de Víctor Manuel despertó cerca del mediodía. La silla no estaba y su ropa debidamente acomodada en el respaldo de la cama y le bastó dar unos pasos para advertir que ¡casi todas la puertas estaban abiertas!.
     Aunque pueda parecer una mentira, Daniel no pensaba  reportar tan mala noche pero, no bien ingresó a casa de su amigo, advirtió que todos esperaban que describiera con lujo de detalles su noche encantada porque estaba comprobado que en aquella propiedad nadie podía vivir y ésa era la única razón por la cual estaba deshabitada.
    El huésped cumplió sus días de visita prometidos hospedándose en la casa de su amigo después de oír historias poco creíbles acerca de esa vivienda tomada por gente invisible, iracunda, incivilizada y por demás insoportable. Su propia experiencia no era más que un capítulo en la saga fantástica lo cual no le gustaba ni medio.
   Se lo estaba haciendo saber a Víctor Manuel mientras esperaba el tren del regreso cuando descubrió al gordo del espejo muy sentado en un banco del andén y entonces Daniel comprendió: ese ser quería cerciorarse de su partida.