sábado, 11 de abril de 2015

"Mentiras Verdaderas"

   Si bien cada profesión requiere un determinado perfil, y cada actividad exige aptitudes específicas, el trabajo rutinario nos da lo suyo al extremo de afectar nuestra manera de plantarnos frente al mundo. No se debiera olvidar, sin embargo, que cada persona es lo que es haciendo lo que haga: el irresponsable lo será en cualquier actividad así como el mal nacido habrá de serlo desempeñando cualquier labor; el desprolijo lo será en todos los rubros; el distraído hará papelones en todos sus empleos... de modo que Juan Peréz será ante todo Juan Pérez y, mucho después, los roles que pueda desempeñar en este mundo. Los mitos que circulan alrededor de las diferentes gestiones laborales son pruebas contundentes de lo poco que atrae el trabajo de pensar. Damos por hecho todo aquello que podría ser cierto sin permitirnos el lujo de razonarlo y es así como aprendemos una enciclopedia de famosas mentiras. Algunas de ellas tan arraigadas que uno se ve en aprietos para explicar, sin ir más lejos, que los artistas no son gente extraña; que los intelectuales no tienen por qué ser aburridos y ni qué hablar de las jefas de hogar con tan inmerecida fama de ignorantes, o zopencas, cuando infinidad de veces son profesionales exitosas además de lectoras calificadas y no del horóscopo precisamente.
   Es común recibir desmesurados calificativos según las actividades que desempeñamos y, por culpa de tanta confusión, quienes se destacan en una especialidad no cuentan con permiso social para lucirse en otras. Como se nos quiere rotulados, y en caja, una renombrada actriz -aunque haya ganado un Oscar- puede ser ridiculizada hasta por sus propias colegas si la descubren barriendo la vereda. Con cuánta frecuencia las intelectuales por poco no piden perdón por disfrutar de sus actividades hogareñas como si el hecho de ser hacendosas menoscabara sus talentos y  más de una vez desconcierta el asombro que genera el simple hecho de desentonar  con la imagen que nos demanda el entorno partiendo de la profesión o el quehacer habitual.
   Tal vez no se debiera tomar tan en serio ninguna gestión existencial porque siempre habrá alguien que la desempeñará mejor; no es raro que estemos realizando una labor que detestamos y hasta podría suceder el milagro de ser personales en todo cuanto hacemos. Si de verdad se aceptara que somos microscópicos universos pero universos al fin, no debiera sorprendernos el talento de pintora que pueda tener una concertista, la habilidad para cocinar de un intelectual ni la inclinación por las letras de un boxeador. En ninguna jurisprudencia se contempla que las personas deban sacrificar un talento o un deleite por otros pero, en el trato cotidiano genera cierta inquietud todo aquel que muestre una personalidad rica en matices. Esto es tan así que hasta puede llegar a parecer imprescindible convalidar al portador de semejante atrevimiento. En tales casos nos creemos obligados a decir zonceras como éstas: es genial pero no es una persona complicada; es ama de casa pero inteligente; es comerciante pero tiene un corazón de oro o, el colmo de los colmos, es escritora pero "es una más" así como pareciera necesario aclarar acerca de alguien importante que, a pesar de serlo, es un familiar muy cercano.
   Tal vez esta visión tan corta entre humanos no sea una característica individual. Bien pudiera ser simple deformación de nuestras percepciones tan vapuleadas desde la más temprana edad. El grueso de nuestro aprendizaje no académico se desarrolla mediante asociaciones nada libres por cierto. Durante la mayor parte de nuestra vida somos copias de no sabemos quiénes porque aquellos que nos manipulan no existen para nosotros porque de tanto tenerlos al alcance... ¡se nos vuelven invisibles! Precisamente es esta condición la que genera el poder para convertirnos en ecos más o menos lejanos de sus características personales y, por tal motivo, casi todos repetimos -como autómatas- que los poetas son locos sin aclarar que de enloquecerlos  nos encargamos prolijamente cuando los pobres caen en nuestras manos. Además hasta somos capaces de decir con total convicción que "nada de consigue sin sacrificio" en lugar de explicar que todo se consigue con trabajo, pasión, determinación y entusiasmo, que nada tienen que ver con martirologio alguno (salvo que hagamos pésimas elecciones). La pregunta del millón sería: ¿así somos?. Por supuesto que NO. Así, con manejos clandestinos, limitan nuestra comprensión los deformadores sociales que, además de no estar a la vista por cotidianos, suelen esconderse entre los pliegues de nuestra pereza por mirar alto y lejos. Nuestra existencia sigue su curso a través de realidades más o menos ficticias de modo que no hay acto más sospechoso de fraude, o simulación, que el de mostrar una característica individual auténtica.
   La inclinación humana por el juego -y la ficción- juega en contra de la verdad  no tan codiciada como nos gusta creer. Francamente, lo que nos gusta hacer con ella es verla rodar por el piso hasta convertirla en una pelota de trapo, o de viejas mentiras - cuando no de nuevas falsedades- y buscar la primera oportunidad para hacer un buen pase de modo que el delantero, de cualquier equipo, pueda hacer un gol de media cancha y... todos contentos en el programa más visto por la minoridad:"Mentiras En Juego".