miércoles, 7 de diciembre de 2016

"¿Buenos Aires?"

 
    La ciudad de Buenos Aires por estos días está prácticamente intransitable y, como siempre  hay un trámite o diligencia impostergable, sus habitantes u ocupantes ocasionales no tienen más remedio que padecer el caos producido por manifestaciones y "ollas populares" que toman  el espacio público como propio hasta conseguir que todos protestamos en público o en privado; a los gritos o en un silencio casi religioso porque la súplica interior es que no termine con muertes la jornada.
   No se trata de protestas multitudinarias pero hacen mucho ruido no sólo en las calles; también en la cabeza de los argentinos además de servir en bandeja de oro tan buenos titulares a los medios de comunicación que poco creíbles, en realidad, hacen muy bien su trabajo de erosionar el inconsciente colectivo. No por nada casi todos decimos lo mismo con palabras parecidas y en tono muy similar así que ¡ojo! que nos están uniformando mentalmente con rapidez impresionante. Nos estamos convirtiendo en ecos lejanos de voces desconocidas, de oscuras intenciones y aspiraciones muy ajenas. De pronto decimos verdades a medias para dibujar grandes mentiras sólo por aparentar que comprendemos muy bien "lo que pasa en este país" y, como si fuera poco, ofrecemos "cualquier verdura" para semblantear al verdulero que tenemos a la vista puesto que ¡somos tan sagaces los argentinos...! Mientras tanto lo que se advierte en el entramado social es que estamos instalados en la queja y no en proyecto alguno que nos pueda sacar de la crisis estructural que padecemos y si esto es grave como sociedad, a nivel personal es catastrófico porque resulta que estamos esperando que Argentina cambie para cambiar nosotros cuando el país cambiará recién cuando nosotros lo hagamos.    Los ciudadanos somos el país (instituciones, actitudes, decisiones y proyectos con riesgos incluidos).
   Por muy obvio que sea, cada uno debe gobernar su vida personal. Si el país está funcionando mejor, nos irá de diez, si funciona menos que bien llegaremos a menor promedio y estaremos cerca de cero en el caso de apostar casi nada por nosotros mismos. Ahora otra obviedad: ¿por qué si exportamos talento los argentinos en nuestra tierra nos vamos al descenso? y ¿por qué nos negamos a trabajar en equipo? A tal punto somos caóticos que en este remoto lugar del mundo hasta el consorcio de un pequeño edificio ya es ingobernable. Me cuesta aceptar que realmente nos interese lucir frente al mundo  el engañoso perfil de quejosos y perdedores.
  


   Desde hace algunos años, Diciembre es un mes de reclamos sectoriales y comenzamos el nuevo ciclo no sólo divorciados de nuestro país pues tampoco estamos en buenos términos con nuestras almas por falta de proyectos, de sed de triunfo y ganas de pelear por nuestros sueños. Si bien es cierto que los gobernantes no siempre hacen su parte, también es verdad que, como ciudadanos, dejamos mucho que desear cuando  no frenamos a los formadores de precios renunciando al enorme poder que tenemos como consumidores; cuando confiamos el gobierno de la república a cualquier delincuente votando con el bolsillo y, también, cuando rechazamos reformas sociales sólo por ser fieles a una ideología en desmedro de las urgencias que nos presenta la realidad como si desconociéramos la importancia de vivir en una zona de gente práctica y racional. Allá lejos, y hace tiempo, Ortega y Gasset  nos dijo como para nosotros: "Argentinos: ¡a las cosas!". Hoy, como conciudadana vulgar y silvestre, quiero repetir un antiguo saludo fraternal:
 
                                                  LUZ. VIDA. AMOR.