viernes, 17 de junio de 2016

"Fanny"


   Fanny leía todo lo que caía en sus manos. En la famosa década del setenta,  libros y revistas eran tan accesibles que no era raro disfrutar de publicaciones innumerables que hasta podían resultar apabullantes. Las revistas pasaban de mano en mano porque el gran público disfrutaba de una generosa oferta editorial  y, a todo esto, para Fanny las mejores lecturas eran las del  atardecer cuando la cena estaba a punto y los comensales, como siempre, demoraban en llegar. Por cierto era un tiempo mágico  el dedicado a la lectura si bien no tenía un sillón o lugar especial para hacerlo porque para leer prefería recostarse en su cama grande con la compañía apenas perceptible de "Colita", su perro cachafaz, siempre apostado bajo el umbral del dormitorio en evidente afán de protegerla frente a peligros imposibles porque Fanny vivía en un pueblo salteño que no aportaba siquiera una línea en el suplemento de policiales que publicaba el primer tabloide argentino impreso en frío conocido, hasta hoy, como "El Tribuno".
   Desde luego, en su casa la cerradura estaba de adorno, las ventanas siempre abiertas de par en par y Fanny tenía tanto interés  en su mirada que fueron gloriosos aquellos atardeceres norteños de sosegada lectura. Su avidez de información, sin embargo, no era impedimento para que, de vez en cuando, se distrajera con un ruido cualquiera o se detuviera a reflexionar acerca de esa página que terminaba de leer. Como necesitaba descansar la vista, durante unos minutos, con los ojos cerrados desairaba no sólo a la prensa escrita; también a su realidad porque ella sabía instalarse en el silencio -aún sin haber recibido entrenamiento para acceder a semejante paraíso- y era allí donde se encontraba a menudo con el diario o su revista entre manos. Fanny, nunca se enteró de que leer la ayudaba a meditar así como nunca supo explicar qué le sucedió cierto atardecer cuando, enfrascada en la revista "Vosotras", la sorprendió la noche cerrada con una increíble experiencia.
  
En aquella época no era raro encontrar en revistas femeninas una buen cuento de Poldy Bird y hasta se podía seguir por capítulos "Polvo y Espanto" de Abelardo Arias. La noche recién nacida, que le dio a Fanny una  sorpresa, emocionante y extraña, ella estaba de lo más interesada en "Mamocha" un cuento de su admirada Margarita Belgrano quien con tanta sencillez y buen gusto   desgranaba historias con perfiles magistrales de señoras que, la mayoría de las veces, no lo eran tanto. Precisamente por culpa de "Mamocha" la lágrima estaba al caer  por la pendiente escarpada de la ternura cuando alguien invisible para la lectora del cuento perfecto, y son sumo cuidado de no asustarla, le susurró al oído con una dicción extraña pero perfecta y amorosa:
   -¡Qué bien se la ve!
   Fanny siempre contaba esta experiencia y hoy la escribe su hija mayor.