miércoles, 23 de noviembre de 2016

"Lección de China"

   Mucho antes de que los matemáticos y científicos usaran fórmulas para resumir conocimientos, la magia tuvo las suyas para imponer técnicas de sugestión individual o colectiva. Con la aparición de las religiones las fórmulas ascendieron a la categoría de rituales es decir, experiencias visuales reiteradas ad infinitum para imponer creencias en las feligresías. El teatro había nacido y todos terminamos siendo artistas porque es el día de hoy que necesitamos ser formales para casi todo. Sin ir más lejos, en una entidad bancaria estamos obligados a acatar las fórmulas que nos impone el aparato con el que operamos. En cualquier empresa u oficina pública es imposible evitar la ceremonia de la espera para ser atendidos: sacar un número, o imprimir un turno, tomar asiento (si lo hay) o hacer fila suspirando con la vista fija en un monitor, acudir al instante al ser llamados o ver nuestro nombre en la pantalla... y al finalizar el trámite nos espera el semáforo dirigiendo nuestros pasos en la ceremonia diaria de andar por la calle en auto o a pie.
   De no cumplir con los rituales, o las normas de convivencia, no contaremos con muchas posibilidades de sobrevivir dignamente en sociedad, en el seno de un grupo o familia y mucho menos en pareja. Cualquier tipo de relación social nos demanda  ser eminentemente ritualísticos porque la naturaleza lo es y nuestra configuración mental es primariamente visual desde el despertar de cada mañana hasta que cerramos los ojos para entregarnos al descanso. Podemos rechazar horarios, usos y costumbres siempre y cuando los podamos reemplazar por nuevas fórmulas de vida supuestamente "nuestras". Hacer lo que se nos antoja es también someterse a imposiciones por muy personales que sean.
   Los informales suelen descubrir, demasiado tarde a veces, que las formalidades también embellecen la vida propia y las ajenas. Un buen día descubren que un obsequio les viene bien, o que una gentileza era nada menos que una caricia que estaban esperando, y les complace entender que si nos ofrecen comida de pie en la mesada de la cocina no es lo mismo que si nos sientan a una mesa bien puesta que, aún sin flores rococó rosadas, nos hace sentir primero invitados y, además, dignísimas personas. Nadie honra más a la vida cotidiana que aquél que sabe agasajar y estimular a los demás. Para eso está la música, los sabores, las atenciones, el compartir una luna grande, el cantar de un grillo... y redescubrirse hermanos.
  
La inolvidable actriz rioplatense China Zorrilla, en cierta oportunidad esperaba a un taxi en la puerta de su casa cuando descubrió que pasaba un señor que era la imagen misma de la infelicidad. La cabeza gacha, caminando en cámara lenta, con los labios apretados, los puños cerrados... de pronto vio a  la gran artista acercársele como confundiéndolo con alguien conocido al tiempo que lo detenía con su hermosa sonrisa para decirle:
   -¡Hola! ¿Cómo le va? Venga un abrazo, querido.
   Y el calor de esa mujer maravillosa lo reanimó. Nunca lo había tratado con tanta deferencia una celebridad de este rango y  cuando la uruguaya descendiente del autor de "Tabaré", Juan Zorrilla de San Martín, se alejaba - como siempre sobre la hora-fue muy feliz viendo  caminar al triste desconocido con la frente bien alta y con apuro por contarle a alguien que era amigo nada menos que de la Zorrilla. Con muy poco, con casi nada pero de VALOR CEREMONIAL, se le puede mejorar el día a cualquiera y hasta la vida si se da la ocasión. Sin los rituales de convivencia la existencia humana puede ser una tragedia. Yo, para empezar, me despido de mis lectores con el más fuerte de mis abrazos.