sábado, 18 de julio de 2015

"El Amigo Invisible"


   Por obra del médico argentino Enrique Ernesto Febbraro, promotor del "Día del Amigo", el 20 de julio se congestiona el tráfico  telefónico porque la voz de un amigo es siempre esperada en las buenas o en las malas. También es por causa del doctor Febbraro que en su país a nadie se le ocurra pretender un buen lugar en bares, y confiterías,  porque los rituales de amistad incluyen charlas y rondas de café interminables. Todo bien pero aquí voy a escribir acerca de un amigo invisible a quien no consideramos precisamente como tal.
   La amistad va quedando como último reducto para celebrar lo muy poco que  perdura de las relaciones humanas, sobre todo, en las grandes ciudades donde presentar a un amigo es algo así como exhibir un certificado de supervivencia. Desde luego, las amistades se renuevan por muchas razones entre las que no están ausentes las referidas a mudanzas interiores y exteriores. Uno no cambia únicamente de peinado, de peso o de domicilio; también de remitente porque, en lugar de una roca inamovible, cada persona es humanidad en eterno viaje como porfiados mutantes que somos. De cualquier manera ser amigos es ser cofrades de una organización fraterna con sede exclusiva en nuestra humana desolación donde hasta el cardo más espinudo puede hacernos buena compañía. Tal vez por esto se habla tanto de aceptar al amigo tal como es sin olvidarnos de aclarar que el compinche será esto o aquello pero, siempre está. Ser amigos, resumiendo, sería equivalente al hacer simple acto de presencia con dinero o sin él; con discurso correspondiente o no y hasta sin siquiera abrir la boca frente al tintillo que puede ser vino tinto, o un cafecito, según el lugar de América del Sur donde celebremos el rito de la amistad. El simple hecho de presenciar, que termina siendo un simulacro del acto  de  acompañar, es lo que hace tan peligroso al amigo que solamente nos ofrece el hombro y la oreja. Son los silencios cobardes de los amigos los cómplices perfectos de nuestras obstinaciones y reiterados tropiezos en la vida mientras que el verdadero, bueno y real amigo, aquél que presta sus ojos para ayudar a ver una situación difícil con más claridad, no es tan valorado como quien se limita a ser una máquina de mirar con obsecuencia lo que se le pone en foco.
   El hecho de  contar con numerosas amistades ayuda a simular que somos "como todo el mundo". Ser solitario o reservado, en cambio, implica el riesgo de ser visto como una persona poco recomendable por culpa de la mala prensa que tiene la vida recoleta.  El consabido "millón de amigos" es esa engañosa trama de personas con las cuales podemos tener una cordial relación de trabajo, parentesco, afinidad política o cultural, entre tantas otras, pero de verdad amigos son los miembros de nuestra familia cósmica. Aquellos que, desde diferentes posiciones, tienen algo que ver con nuestros destinos -por ser vecinos de circunstancias, ideales, ideas o sentimientos-, beben del mismo cáliz de vida  en el que abrevamos nosotros y, en esa comunión, hasta las palabras son innecesarias como para que la amistad sea pura actitud con silencios de gran significado. A estos "amigos del alma" no hace falta pedirles nada, ni explicarles razón alguna, porque ellos nos  conocen de memoria y si en ocasiones nos contradicen no lo hacen por lastimarnos: simplemente revisan los términos de nuestro razonamiento tal vez precario   por el acoso de alguna emoción. Entre auténticos amigos las comparaciones están siempre de más porque, de tan identificados, entre ellos ocurre algo así como un milagro: el estado de ánimo entre amigos es concordante en cualquier situación (¿no habíamos quedado en que eran familia?).
   Desde luego, como el ser humano puede hacer gala de gran simulador, nadie escapa de tener que lidiar con quienes aparentan ser lo que no son y aquí llega el turno a quien tenemos tanto para agradecer sin  que esto impida seguir llamándose como se llama. Invisible, disfrazado, decidido, implacable, es nada más y nada menos que el ¡bendito enemigo! Quisiéramos no encontrarlo jamás pero sucede que, por causa de inconscientes proyecciones nos detesta y gracias a su veneno  es quien tiene más éxito en salvarnos de más de un fracaso cantado. Nadie como Él para sacarnos de un terreno y obligarnos a encontrar la posición o el lugar más conveniente para nosotros ¿que no? Cuando el enemigo nos hace caer es cuando con más ímpetu nos levantamos porque queremos demostrarle que no pudo con nuestra humanidad y que vamos por mucho más de lo que Él consiguió quitarnos, o destruir en nuestras vidas, y ahí está su triunfo pero además el nuestro que no es otro que el triunfo de la vida en la razón de ser de todo lo que nos sucede (aunque duela demasiado).
    Cuánto le debemos a este amigo que se presenta con nombre cambiado y no debiéramos olvidar que en el mismísimo instante de conseguir aprobación estamos cosechando la reprobación correspondiente lo cual no debiera ser motivo de preocupación alguna porrque un buen enemigo suele ser la causa de más de un cataclismo que nos obliga a repensarlo todo y, de ese extraño modo, a concretar nuestras más caras aspiraciones. Por supuesto que nadie decretará un día para agradecérselo porque sus atenciones son muy a su pesar pero, ser Judas también figuraba en los planes del cielo para que se cumpliera lo que estaba escrito y, en el juego de las apariencias, el falso amigo y el verdadero enemigo vendrían a cumplir un mismo rol porque, desde lugares diferentes,  son excelentísimos maestros de uno que otro aprendizaje.