viernes, 1 de enero de 2016

"Invitación al Infinito"

   Por estos días es incómodo transitar por una calle o centro comercial. El empujón descomedido va entre discusiones al paso acerca de qué regalarle -o no- a fulana o a mengano. El personal de las tiendas ni se molesta en simular una sonrisa porque clientes hay de sobra. Y las ventas crecen. Y las tarjetas de crédito bailan al compás de la danza del fuego que aviva la fiebre consumista. Y, si bien la carne argentina está por las nubes, entre los argentinos el asado figura a la cabeza de la lista de compras para la cena de fin de año. Al día siguiente, cuando pregunte a mis vecinos cómo lo pasaron, más de uno  me responderá con franqueza: 
   -"Comiendo". 
   -Alguien me dirá: 
   "Para mí fue un día como cualquier otro" 
   Mientras tanto, millones de personas en el mundo ni quieren saber en qué maldito día viven porque como refugiados llevan una existencia infrahumana o porque el agua arrasó con todo lo que tenían o un aciago tornado no respetó ni a sus seres queridos. Los atropellos muy merecidos del cambio climático sin embargo, no podrán evitar los festejos de fin de año porque aquellos que gracias al cielo podemos celebrar debemos hacerlo para agradecer mil veces -a quien corresponda- por todo lo que nos ofrece la vida. Tenemos el deber de disfrutar de nuestras lindas vacaciones, la obligación de fijarnos nuevas metas, la oportunidad de reconciliarnos con gente valiosa  y hasta de seguir diciendo nuestras habituales tonterías porque la vida va... y nosotros con ella casi sin sentirla latir en el corazón porque apenas descubrimos nuestras canas y esa circunsferencia abdominal mal disimulada debajo de "ropa informal".
   Admito que valoro los rituales de toda celebración. Me gustan los brindis y si pinta un torrontés salteño mucho mejor. Me encanta compartir un buen asado, acomodarme con el asador cuando en los fuegos no estoy yo, y me alegra que me visiten los míos para compartir mi pan casero y mi helado de canela junto a mis lindas peras al vino blanco al que le sumo una sospecha de cúrcuma para que se vean tan doradas como el sol. Aunque las cámaras me detestan, me fascinan las fotos en familia que después me acompañarán desde el portaretrato digital que me regalaron Gabriela y su Martín y ya que estamos, muchas gracias Anita y  Coco por la  vaquita  de San Antonio gigante porque valoro los obsequios de estas fechas... pero no olvido que el tiempo no es el calendario. Tengo bien presente que el nuevo año está solamente en mi cabeza porque el tiempo es un camino que hacemos al compás de nuestro planeta también viajero del cosmos ¡lo mismo que nosotros! así que, como obsequio de fin de año, comparto esta propuesta de mi filosofía de vida:
... y que ni se le ocurra envejecer. Viva en el infinito así sabrá lo que es VIVIR LA VIDA en el 2016 y en el 10.000 ¡también!.