viernes, 5 de agosto de 2016

"Antonio y Benito"

      Experiencia de un niño solo


    Ser hijo único ofrece la ventaja de vivir en una casa grande por pequeña que sea. Puedes disponer de los ambientes como se te antoje y disfrutar de la buena compañía de un ángel, un duende o de tu propia soledad. Antonio era feliz compartiendo sus andanzas con seres que sólo a él frecuentaban y sus cinco años no reclamaban compañía para sus juegos.
   Casi siempre su casa materna estaba repleta de visitas de modo que el niño no siempre contaba con espacio propio y la tarde de este recuerdo era lluviosa con una procesión de tías preparando buñuelos en la cocina. Por supuesto que Él moría por esas delicias pero se hacía el desentendido porque, de asomarse al rincón de las señoras, seguro tenía que soportar sus arrumacos cuando los chicos como éste son reacios a las demostraciones de cariño como si no lo necesitaran o porque, tal vez, lo que demandan es paz.
   Estaba Antonio de lo más tranquilo en el comedor lidiando con uno de sus tantos trenes averiados cuando descubrió a un señor, a quien no había visto antes, cómodamente ubicado en el sillón de la abuela. El chiquilín no pudo menos que sorprenderse pero, antes de amilanarse se acercó con confianza al anciano que lo observaba con tan amoroso interés. Si bien era un extraño, tenía cierto aire de familia sobre todo en el hablar:
   -Hola Tony ¿Cómo te va?
   El bajito interpelado no pudo responder porque en eso llegaban los famosos buñuelos y el visitante pasó a segundo plano pero sólo por un minuto porque el nene de la casa eligió dos buñuelos:
   -Uno para mí; otro para el señor
   -¿Señor?
   Antonio quiso hacer las presentaciones del caso... pero el fantasma se había evaporado.
   -¿Dónde estaba?
   -¿Qué le dijiste?
   -Y Él qué te dijo...hasta que el pibe se hartó de tanta pregunta imbécil y dejó a las mujeres en el comedor hablando todas al unísono como era habitual. Lo último que alcanzó a escuchar fue un comentario de rutina:
   -Este chico me preocupa.
   En realidad, como lo que sucede en la vida de un niño importa poco, o casi nada, no se habló más del encuentro entre Tony y su dudoso visitante. ¡Son cosas de chicos! Pero es a los chicos, precisamente, a quienes se obliga a adoptar comportamientos de adultos como lo es celebrar el Domingo de Ramos sin saber de qué se trata.
   Poco tiempo después del dudoso relato de Antonio acerca de su amigo, invisible, el nene salió de "Misa de Once" casi bañado en agua bendita con su ramo de olivo abrochado a una estampita  que ya en casa pudo observar con la debida atención y, una vez más, alborotó al clan femenino de la familia. Con ella en mano, se atrevió a comentar  con gran entusiasmo:
   -¿Ven? este es el señor que me saludó el otro día en el comedor. Aquél que se fue... sí... ¡es Él! insistió con emocionada sorpresa.
   La figura que Tony terminaba de reconocer era la de alguien a quien le debía su segundo nombre que, hasta ese momento, era desconocido por Él. Antonio se llamaba también Benito como el señor de la estampita religiosa y, por tal motivo, San Benito no sólo era su santo y seguramente protector. Además era la absoluta confirmación de que Antonio se llamaba también "Bendito" que es lo Benito significa en latín.
   Demás está decir que este nombre podría haberle otorgado enorme relevancia personal pero ¡nada de eso!: ni siquiera le produjo alteraciones en su debilidad por los dulces y es el día de hoy que, cada vez que se sirve una exquisitez, lo  hace por partida doble y con doble dudosa intención:
   -Una para Antonio. Otra para Benito.