miércoles, 12 de octubre de 2016

"Churita"


                 Fanny, mi madre, a los 92 años.
               Un anticipo de mi novela "El Señor de Sumalao"
  
    1930

   La finca de Pedro Maurín  no era territorio exclusivo de mujeres, ahí estaban ellos, fabricando ladrillos de barro para levantar una capilla, o charqueando, sin dejar de cantar como si en las coplas alguien les hubiera escrito todo lo que necesitaban decirse o decir:
   -"A esta copla la encontré
   A orillas de un manso río.
   Qué lindo se entenderían
   Tu corazón con el mío"...
   Parcos. Severos. Brutales... en el camino, sin embargo, se volvían silbadores de tan apegados que eran al mundo de los fantasmas heredados de sus mayores. Según decían, hallándose lejos del caserío era bueno silbar para acompañarse sin desatender, por eso, a tantísimas señales impactantes que se recibía en aquellas soledades donde un temblor de tierra nunca llegaba por sorpresa. Los camperos lo descubrían mucho antes del alboroto anticipado que se armaba en los gallineros porque la extraña quietud de la naturaleza, en estado de alerta, provocaba en aquella gente algo así como un ritmo que ellos podían percibir a toda orquesta.
   Tanto como envidiable oído, las personas de campo solían (suelen) tener enorme percepción interna y si cosechaban fama de incautos no era por dormidos. Era porque en los montes la palabra todavía era sagrada.
   -No firmen nada antes de mostrármelo- No se cansaba de repetirles Maurín pero, no había caso. Aquellos geniales lectores de miradas quedaban ciegos cuando alguien los emborrachaba con palabras (efecto conocido de sobra por los políticos). Si el dueño de "Las Cantoras" no sabía lo que era perder una elección era porque administraba con idoneidad "el sacramento de la palabra". Comisario, Juez, Notario, Intendente... Pedro Maurín se desvivía por servir a todos sin aparentes intenciones de pretender algo a cambio... hasta que se le preguntaba cuánto se le debía por tal o cual gauchada.
    -El voto, mi amigo, contestaba como al pasar seguro de haber conseguido una nueva adhesión.
 
   Desde luego, lo acompañaba  una "señora diez" muy  conocida como "Churita" que en el norte  argentino significa linda, amorosa, gauchita y macanuda. Ella,  sin entender ni jota de política partidaria, era tan caudillo como su marido gracias al don de hacerse querer que tanto desconcertaba a su vecina, la esposa del líder radical Alberto Abraham. Yamila Abraham conocida como "doña Delia" no sólo carecía  de poder de seducción; también de cierta cualidad conocida como "discreción".
   -Una curiosidad, Churita, ¿por qué sembrar tanta papa, y tanta batata, si no es para vender?
   -Aquí la familia es grande. Anteriormente la indiada robaba cantidades industriales. Ahora, que está autorizada a sacar lo que necesita, ya no tiene necesidad de echarme abajo los cercos- Respondía la señora Maurín.
   -Podrían sembrar - refunfuñaba doña Delia.
   -No tienen costumbre, ni tiempo ni fuerzas.
   -La gente como usted los hace haraganes.
   -¡Nada que ver! Yo les doy de comer para que me hagan bien las cosas. En esta finca las chinas no se andan durmiendo de debilidad como en otras. No porque sean indios van a andar con las tripas silbando.
   -Son ociosos, amiga, son ociosos.
   -Son tuberculosos que es muy  distinto. Yo no sé con qué fuerzas trabajan. Cuando miro a un Chirete (chico) con carita de cordero degollado se me parte el corazón. ¿Sabías  que las pastillas McCoy son buenas para...
   -"...para ganar elecciones?"
   -¡Claro! Ahora tienes la receta.
   En realidad no había tal receta. Sencillamente, se nace sabiendo dar como se nace habilitado para recibir desde el más grande de los secretos hasta una rodaja de pan.
   -¡Ay esta mujer!- Protestaba su marido de tanto en tanto. Ordenó hacer empanadas como para un regimiento. A ella le encanta convidar. Sí. Claro que le encantaba. Ella no era experta en demostraciones de cariño pero vivió ofreciendo su corazón aún herido de muerte. Era señorona, distante, diplomática, formal y paciente. Fue una distraída pasajera en los caminos pedregosos de su época y una hermosa viuda joven que afrontó muy sola el desarrollo de cinco problemas entre los cuales el más difícil fui yo que hoy, porque el tercer domingo de octubre es el Día de la Madre en Argentina, modifico el final de un capítulo de "El Señor de Sumalao" para escribir que, efectivamente, mi madre era "Churita".