sábado, 30 de mayo de 2015

"Las Palabras y Los Días"

Carta a mis Lectores
   Seis de la mañana. Me he despertado, como siempre, con el canto de los pájaros y, al levantarme a cerrar la ventana, me sentí demasiado vibrante sin comprender por qué. Se me ocurrió que alguien muy querido era dichoso a esas horas y que yo -de algún modo- tenía el privilegio de percibirlo. Como tantas otras veces, casi sin saber "por cuáles milagros", abrí de nuevo el postigón con gesto encantado en un instante que fue exclusivamente para mí: yo era todo lo que veía porque en todo (pero en todo) estaban mis rasgos dibujados de miles de millones de maneras y podría jurar que todo el parque respiraba por mi nariz y que mi pelo, y las flores del limonero, coincidían meciéndose al ritmo del viento silvador. Imposible traducir la felicidad de aquella mujer que fui yo esta madrugada aunque, para ser franca, se trataba de una persona de cuidado... capaz de salir corriendo por quién sabe qué cornisa peligrosa llevándose mi cabeza o lo que quisiera. Tan inminente fue ese peligro, que terminé desairándola es decir, entregándome urgente a los rituales de todas mis mañanas que por ancestrales han perdido significado para la mayoría de las personas pero, al hacerse míos  vuelven a tenerlo... para mí.
   Cada día comienzo por escuchar mis primeros pasos como si fueran los primeros que doy en esta vida hasta encontrarme con un espejo que confirma mi existencia aunque nadie en este mundo esté reparando en ella. Termino de despertarme bajo la ducha. El agua me recorre burlándose de mi humana incapacidad para retenerla y, más tarde, cuando ya la  disfruto en el té, es mucho después de haberla escuchado gemir en un hervor que me encanta registrar distraídamente. La ceremonia del despertar incluye la ansiosa bienvenida que les doy a las noticias que me apalean un buen rato hasta que digo basta y decido reintegrarme al trabajo de vivir nada despreciable, por cierto, porque es asunto de artistas: requiere ojo entrenado para poder ver que nuestro mundo sigue siendo rosa aunque el de otros sea eternamente gris y,además, exige oído supersónico para apreciar el silencio de este siglo que acecha detrás de algo así como un grito. Quien no sepa acceder a ese silencio no sabrá nada acerca de nadie porque las palabras son sólo ecos remotos de lo que la humanidad intenta expresar (casi siempre sin conseguirlo). Alguien como yo, nacida para decir, tiene autoridad para alegar que los idiomas, muriéndose minuto a minuto, no son ni por asomo  canales comunicadores confiables mientras que la comunicación auténtica es la que se logra en la banda del silencio donde no puede malograrla ningún mecanismo mental o tecnológico conocidos porque el comunicador silente no recurre al ideograma: Él apela al toque inconfundible de la intencionalidad. -"Estaba por decírtelo" dicen con asombro nuestros amigos cuando captamos por adelantado sus mensajes subliminales.Tanta sorpresa se debe a que la clara intención es, a menudo, el poder que  le falta a la palabra. Muy rara vez tenemos exacta noción  de lo que estamos queriendo significar y que los furcios no me dejen mentir.
   Aunque la comprensión intuitiva esté desacreditada por quienes suponen que "hablando se entiende la gente" la verdad es que se desentiende precisamente por hablar de más. No son pocos los que habiendo perdido la voz descubren que se comunican mejor que antes usando un sintetizador vocal. Yo hasta la fecha soy asidua visitante del silencio y en ese amable reducto me permito la fiesta de escribir con mi guardia de honor apostada en algún recoveco de la casa, o a mi lado con los auriculares puestos, cuando no está leyendo o realizando alguna actividad que no sea incompatible con la mía. El no sabe que, por momentos, yo siento trinar su silencio en mi cabeza y ya sé qué clase de tormenta se avecina. Otras veces, dejo de escribir sólo para sentir que Él es un pájaro de fuego ensayando un sueño entre las ramas de este árbol milenario, que soy yo, y es cuando decido florecer ¡urgente! para ofrecerme al corazón más generoso, y por eso más alegre, que haya querido darme un lugar. Nosotros somos ese tipo de personas que no necesitan conocerse demasiado seguramente porque el amor quiere amor (sólo eso). El día que te enamoras aprendes que al decálogo del amor lo sabías de memoria y las palabras, todas, están de más.
   Lo intrigante es que a pesar de esta certidumbre, mi trabajo es lidiar nada menos que con las palabras y en la mitad de la vida he aprendido que puedo ser libre todo el tiempo aún realizando mi tarea habitual que no es otra que la de ejercer mi libertad (uno de esos lujos que disfruto por ser voladora). Lo lindo de mi labor es que no me exige horarios determinados si bien me requiere muy atenta todo el tiempo que yo sea capaz de ofrecerle. Las demás tareas, accesorias o no, sencillamente me esperan. No me convocan con urgencia como sabiendo que en un momento u otro las atenderé.
   Soy de aquéllos que viven agradecidos a su don porque gracias a él no he vivido dos días parecidos. La tarea creativa te sorprende a cada instante mostrándote distintas facetas  de tu personalidad  desde que la creación te va imponiendo constantes mutaciones. Después de cada libro mi cara y mi voz son diferentes. Hasta mi letra tiene nueva inclinación después de haberme caído y levantado varias veces alrededor de una emoción -o de una idea- y no sólo yo cambio con cada obra. Después de cada misión el ser humano es tan otro que hasta puede volverse un marginal dentro de su propio entorno. Una mujer después de dar a luz ya no es la de antes. Cualquiera que se tome el trabajo de afrontar emociones va pasando por senderos invisibles en los que el cuerpo y la mente van dejando poco o mucho de su esencia.
   Es bueno poder escribir esto en días de tanto silencio existencial y mucho mejor es saber que podrás leerme todas las veces que quieras hacerlo si reinas en tu tiempo y en él me das un lugar. Lo más valioso que un ser puede darme a esta altura de mis días es su tiempo (nada menos que su cielo particular donde Él en persona es rey). Me gusta imaginar que el señor tiempo es un soberano que puede permitirlo todo. Sucede que todo lo que soñamos está en su  poder y nosotros, pobres diablos, irremediablemente en sus manos hasta que decidimos ponernos en movimiento y  lo ascendemos a la categoría de eterno gran juez temible por sus veredictos inapelables aunque así, y todo, lo respeto. El tiempo es siempre justo además de oportuno. Cada una de sus sentencias llega a la hora exacta del aprendizaje urgente y es entonces cuando vuelve a parecerse a un dios por su sabiduría.
   El tiempo es la vara de la justicia cósmica. El nos ofrece todo incluido el aspecto que ofrecemos y se me ocurre que es redundante la expresión "tiempo libre" porque nadie es más libre que el tiempo. ¿Quién puede con él? Si, por momentos no puede con nosotros, es porque no siempre estamos disponibles para un encuentro o estamos divorciándonos de su graciosa majestad aunque,increíblemente, seamos capaces de resistirnos a la ruptura definitiva cuando apelamos al recurso de no querer marchitarnos físicamente  en un doble juego de la mentalidad contemporánea: por un lado lo despreciamos sin capitalizarlo como conviene y, por el otro, hacemos lo imposible por atraparlo en nuestra piel como si su vuelo nos recordara al de una linda mariposa. Cuidadosos de nuestra agenda de actividades y tan apegados al calendario, no nos preocupa si el reloj interno nos marca las horas de las victorias porque  las dejamos ir creyendo que "nada sucede en la víspera" y cuántas veces dejamos esta vida esperando que "llegue el momento".
   Hace mucho tiempo, en el encabezado de una carta su autor escribía: "espero que al recibir estas líneas te encuentres bien en compañía...." Hoy aquí, termino la mía  esperando que después de leer estas palabras tus días sean brillantes monedas de sol en tus manos para que las accciones de tu vida suban y suban en los "Bancos del Cielo" y puedas redescubrir lo que   es llorar, de dolor, de ternura, de rabia o de risa.... cuando otros parecen estatuas.