viernes, 15 de abril de 2016

"Pasos..."

Nunca es suficiente reiterar que nuestra realidad es pura interpretación personal.

 
    Antigua casa con patio andaluz, jardín enorme. Huerta modelo separada del predio vecino tan sólo por una hilera de prolijo verdor. Matrimonio de ancianos ausentes, mucama interna que un viernes como aquél desaparecía, y   moradora solitaria  ya pasada la medianoche.
    El concierto del viento se servía de las casuarinas,  y los limoneros, para jugarle una mala pasada al miedo en el transcurso de la noche más larga del año. Aquel 21 de junio Lucía no había querido involucrarse en la salida de sus tíos porque tenía más ganas de leer que de salir a saludar al invierno recién llegado. Terminaban de obsequiarle "Buenos Días Tristeza" de Francoise Sagan y, si bien las novelas solían decirle muy poco, aquella noche larga la Sagan era por demás tentadora con título tan seductor si hasta parecía tener urgencia por decir lo suyo en medio de una dudosa beatitud emparentada con aquel silencio engañoso porque, en caso de decidirse a oír, la noche hablaba fuerte a esas horas. Gatos, ratas, murciélagos, lechuzas y perros cabreros del vecindario, no dejaban de rimar con esos ruidos propios del lado oscuro de las casas y, por qué no, de sus ocupantes. Panorama nocturno, al fin, era simplemente anecdótico para alguien como Lucía tan buena amiga de su querida soledad. Sin embargo, aquella vez fue diferente.
   Estaba por comenzar  su primer  encuentro con la Sagan cuando a Lucía le pareció escuchar pasos de dudosa procedencia que no siempre parecían dirigirse hacia ella. De pronto se sentían lejanos y de sólo estar... se acallaban o se detenían. La joven lectora intentaba una y otra vez ser capaz de hacerle un gran desaire al miedo atribuyéndole a la noche tanto movimiento raro en su entorno pero, llegó el momento en el cual las explicaciones tranquilizadoras resultaron francamente inútiles.
   Como había que hacer algo, porque aquel asedio se hacía sentir cada vez con mayor contundencia, Lucía intentó espiar por la ventana.  Con luz apagada y pasos de seda cruzó la habitación para descorrer la cortina casi sin tocarla. Si la reja y el vidrio la tranquilizaron, mucho más la presencia de un gato dormido plácidamente sobre uno de los sillones de la galería que daba al jardín. Sin encender luces, buscó refugio en la pequeña radio a pila que viajaba con ella para acompañarla en sus desvelos y, aquella noche, el jazz pareció murmurarle esas palabras tranquilizadoras que estaba necesitando porque casi se duerme sólo que, de pronto, ¡otra vez los pasos que se detuvieron nada menos que frente a su puerta! ¿Gritar? ¿Para qué? Nadie podía escucharla con semejante ventarrón de modo que rezar fue la única alternativa. Después de "Padre nuestro que estás en los cielos" la oración se borraba de su memoria hasta que la  frustrada devota se plantó de brazos cruzados, con un pie sobre otro porque el piso parecía de hielo, y esperó ya rendida al asesino que de un momento a otro...(¿por qué no había ido a jugar a las cartas?)...  Al tiempo que el silencio enviaba señales cada vez más aciagas, la periodista condenada a muerte no podía evitar que su temor le dictara posibles titulares referentes a su trágica partida de este mundo. Uno más impresionante que otro al extremo de poder aterrar al mismísimo asaltante  que, de a ratos, parecía desistir del ataque como perdonándole la via a esa pobre infeliz y se alejaba casi en puntas de pie aunque parecía tropezar con una maceta o algo así.
   En un momento dado el gato huyó despavorido dando un salto fenomenal. Lucía decidió entonces que era hora de buscar algo contundente para defenderse de su agresor. Se encontraba en esos inútiles afanes cuando una especie de estruendo le produjo un aturdimiento inmovilizador. Vio la puerta derribada y un flaco encapuchado apuntándola con su arma pero... no. El gran ruido había sido causado por la puerta del garage porque los dueños de casa estaban de regreso. En cuanto Lucía lo pudo admitir corrió hacia los recién llegados con la novedad de que había alguien en la huerta y en cuestión de minutos llegó el vigilante de la cuadra y se presentó un patrullero lo cual dio cierta tranquilidad a la señorita casi muerta de miedo y, también, mucha vergüenza cuando vio a uno de los policías con una doble página del diario "La Razón" estrujada en la mano libre del arma reglamentaria mientras que, un poco más allá, su tío recogía otras que había usado para proteger del frío a sus almácigos... sin tomar recaudos de cara a una eventual visita del viento.
    Aún temblorosa, helada, casi al borde del infarto, la frustrada lectora de "Bonjour Tristesse", apenas si pudo pedir:
   -Por favor, oficial suelte ese papel un momento...
  Y los pasos volvieron a oídos del más viejo compañero de la humanidad: el miedo. Lucía no necesitó más demostraciones para saber que unos papeles manejados por el viento casi la mataron de susto sin contar con que no le permitieron leer ni una página del libro elegido  y fue cierto, una vez más, que el temor, como el amor, pueden hacerte creer... exactamente... lo que quieras.

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